La historia del misionero que murió al intentar ingresar a la isla más inaccesible del planeta

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El 17 de noviembre de 2018, el nombre de John Allen Chau se difundió por todo el mundo. Tenía apenas 26 años cuando decidió acercarse a Sentinel del Norte, un pequeño territorio del Océano Índico donde vive una de las últimas comunidades humanas sin contacto con la civilización moderna. Su intento terminó en tragedia: la tribu lo mató con flechas apenas puso un pie en la playa.

Pero detrás de ese titular estremecedor existe un relato mucho más complejo, atravesado por la fe, la obsesión y una interpretación religiosa que algunos consideran cercana a un delirio apocalíptico. ¿Qué buscaba realmente Chau en ese rincón prohibido del mundo?

Una isla aislada durante milenios

Sentinel del Norte es una porción de selva y arena de unos 72 km², ubicada en la Bahía de Bengala. Sus habitantes, los sentineleses, han mantenido un aislamiento absoluto por miles de años. No reciben visitantes: los rechazan. La posibilidad de contagio frente a enfermedades comunes —para las cuales no tienen defensas— es tan peligrosa como sus propias armas.

Por ese motivo, el gobierno de la India prohibió acercarse a menos de cinco kilómetros del lugar. No es un destino, es una frontera cerrada: acceder es ilegal y casi siempre mortal.

El plan de un joven que creía tener una misión divina

Chau, originario de Estados Unidos, no era un improvisado. Se movía con soltura en entornos extremos: había sido rescatista en zonas desérticas, entrenador de fútbol en distintos países y montañista. En sus redes sociales documentaba viajes por África y Asia.

En su interior, sin embargo, había un propósito mayor. Formaba parte de All Nations Family, un grupo misionero que promueve la evangelización de pueblos sin contacto. Desde 2015, Chau realizó varios viajes a las Islas Andamán y Nicobar con la idea fija de acercarse a la tribu sentinelense.

En octubre de 2018 llegó a la región con una visa de turista, pero su objetivo era otro. Le pagó a cinco pescadores para que lo llevaran clandestinamente hacia la isla durante la noche. Su diario personal —recuperado luego por los pescadores— muestra cómo creía que estaba cumpliendo un mandato espiritual ineludible.

El primer contacto: un aviso que él interpretó como señal de fe

El 15 de noviembre llegó por fin a la zona prohibida. En un kayak, cargado con obsequios como pescado, una pelota y tijeras, remó hacia la costa intentando comunicarse en un idioma que imaginó que podrían entender.

Los sentineleses aparecieron entre los árboles. No mostraron curiosidad, sino rechazo. Un proyectil atravesó la Biblia que Chau llevaba en su pecho. Para cualquiera hubiera sido una advertencia contundente. Para él fue un “milagro”.

Regresó al bote de los pescadores, pero solo para preparar un nuevo intento.

Esa noche escribió: “Que Dios se lleve la gloria si esto termina mal. No quiero morir”. Era la expresión de un miedo que convivía con una convicción inflexible.

El regreso final

El 16 de noviembre entregó a los pescadores sus últimas cartas. Les pidió que lo esperaran al día siguiente. Sabía que podía morir.

Los pescadores contaron luego que, desde la distancia, vieron cómo al día siguiente los sentineleses arrastraron su cuerpo y lo enterraron en la arena.

El impacto mundial y las dudas sobre su verdadera motivación

La noticia generó una enorme controversia: ¿fue un acto de fe o una imprudencia peligrosa? Antropólogos señalaron que, además de poner en riesgo su vida, Chau podía haber provocado una catástrofe sanitaria en la comunidad, que carece de anticuerpos para enfermedades comunes.

La familia del joven expresó perdón hacia los sentineleses. Su madre, desesperada, pidió a los medios que creyeran que su hijo quizá seguía vivo, aunque las autoridades indias confirmaron lo contrario. Un intento oficial por recuperar el cuerpo fue abandonado tras ser recibidos con hostilidad por los nativos.

Los cinco pescadores fueron arrestados, pero ningún sentinelense enfrentó cargos. La India mantuvo su política histórica de no intervenir en la isla.

¿Un simple misionero o alguien que creía ser parte de una profecía?

Con el correr de los días surgió una teoría inquietante: ¿y si la muerte de Chau no fue un accidente dentro de su misión, sino un paso que él consideraba necesario para cumplir una profecía?

Textos de All Nations Family hablan del anuncio del evangelio “a todas las naciones” como requisito para que llegue el final de los tiempos. El propio Chau citó fragmentos de esa doctrina en su último mensaje a su familia.

Para algunos investigadores, Chau no solo intentaba evangelizar: creía que los sentineleses representaban la “última nación” sin contacto y que su sacrificio podía acelerar el cumplimiento de una profecía apocalíptica. En esa lectura, su muerte no era un riesgo: era parte del plan.

Un misterio que persiste

Hoy, años después, la isla sigue igual: cerrada al mundo, protegida por un pueblo que se resiste a cualquier intrusión. No hay huellas visibles de lo ocurrido ni forma de recuperar los restos del joven.

El enigma que deja Chau no es cómo murió —eso quedó claro—, sino qué lo llevó a insistir hasta el final.
Para algunos fue un mártir; para otros, un hombre cegado por una visión distorsionada de la fe. Lo cierto es que su historia continúa como una advertencia sobre los límites del fanatismo, la idealización del sacrificio y la enigmática oscuridad que rodea a Sentinel del Norte.